Es natural que a lo largo del tiempo surjan distintas crisis: cambios vitales, dificultades en la convivencia, desgaste emocional, distanciamiento o discusiones que se repiten sin resolver. Muchas veces, no es que falte amor, sino que no sabemos cómo comunicarnos, cómo entendernos o cómo manejar los desacuerdos.
Cada miembro de la pareja trae consigo su “mochila”: experiencias pasadas, creencias sobre lo que debe ser una relación, heridas no resueltas, expectativas no siempre conscientes. Todo eso influye en la forma en que nos comunicamos, en lo que esperamos del otro y en cómo nos sentimos dentro del vínculo.
Además, hay situaciones externas que también ponen a prueba la relación: la llegada de los hijos, las tensiones con la familia extensa, los desacuerdos en la crianza, o el impacto de la rutina en la intimidad y en la vida sexual. Hablar de todo esto a veces resulta difícil, y eso genera distancia, frustración o sensación de estar atrapados en un bucle.
La terapia de pareja ofrece un espacio de cuidado, de escucha y de comunicación. Un lugar donde poder detenerse y mirar juntos qué está pasando, con la ayuda de una persona externa que facilite el diálogo y promueva un cambio en las dinámicas que generan malestar. No se trata de buscar culpables, sino de entender cómo se ha llegado hasta aquí y qué se puede hacer para sentirse mejor.
Desde una mirada sistémica y con herramientas de distintos enfoques, mi objetivo como terapeuta es acompañaros en este proceso. La terapia puede ayudar a reconstruir el vínculo, mejorar la comunicación, recuperar la intimidad o tomar decisiones con mayor conciencia. Cada pareja es única, y cada proceso también lo es.4
